Un México resquebrajado no es cuestión de fe
Los tiempos que corren en el mundo son por demás difíciles pero en México la realidad sobrecoge y alarma cada vez más a propios y extraños. Una década nos bastó para catapultarnos como el país más violento, por debajo sólo de Siria. La diferencia es que nosotros oficialmente no estamos en guerra, pero en los hechos la destrucción de nuestro tejido social es peor que si lo estuviéramos. Lo prueba advertir cómo las cifras espeluznantes de homicidios dolosos baten récords mes a mes.
Se había dicho que en 2016 México fue el país en el que más personas murieron de forma violenta: 23 mil, esto es, 63 al día. Denuncia que rechazó de inmediato el gobierno federal. ¿Qué dirá ahora cuando 2017 apunta mucho más sangriento que 2016? De acuerdo con la información proporcionada por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, mayo fue el mes más violento desde 1997 con dos mil 181 homicidios dolosos. Ahora resulta que lo es junio, con dos mil 234 asesinatos, 36% más que en junio de 2016, al ascender la cifra de ejecuciones diarias a 74. Con ello, son ya 12 mil 155 carpetas de investigación las que se han abierto a nivel nacional en lo que va de 2017, encabezando la lista, según los datos proporcionados por la fuente indicada: Guerrero con mil 161 casos, Estado de México con mil 026, Baja California con 922, Chihuahua con 793, Veracruz con 790, Sinaloa con 747, Jalisco con 621, Michoacán con 614, Ciudad de México con 541 y Guanajuato con 530. Pero aquí no termina todo, apenas empieza con los 323 mil 463 asesinatos formalmente reconocidos por la autoridad en este periodo. No descuidemos que en estas cifras, que ni siquiera son las reales, se alojan homicidios particularmente graves, como los relativos a los feminicidios y ejecuciones de periodistas. Al mismo tiempo, las tasas de incidencia delictiva continúan al alza, sin freno, en otros temas como secuestros, extorsiones, robos con violencia, “trata” de personas y desapariciones, sin olvidar que además de ser un país infestado de fosas clandestinas, otro flagelo ha despertado; el canibalismo.
Sí, el incremento de la violencia en el panorama nacional se presenta escalofriante. Por eso no sorprenden los recientes hechos de Tláhuac. Lo que anonada es que los dos últimos jefes de gobierno hayan minimizado los niveles de criminalidad e inseguridad de la Ciudad de México, como indigna que funcionarios del más alto nivel minimicen la situación, lo mismo pronunciando discursos incongruentes, como el secretario de Relaciones Exteriores al criticar la crisis humanitaria de Venezuela en la que han muerto 100 personas luego de tres meses de conflicto, cuando en México han sido ejecutadas seis mil 380 en el mismo periodo: una cada 20 minutos, que formulando frases fallidas. “Ya me cansé”, de Murillo Karam cuando el caso Ayotzinapa; “por el mal rato que pasaron” de Ruiz Esparza al pretender indemnizar a los deudos de las víctimas del socavón, y ahora la del titular de Gobernación, Osorio Chong: “hay que tener fe en la PGR” con motivo de su actuación en el caso Duarte Ochoa. ¿Fe? No es cuestión de fe. En México no hay Estado de derecho ni respeto por los más elementales derechos humanos, el quebrantamiento de la ley es la norma que hoy nos rige. Por eso la ciudadanía explota, porque el pueblo de México no puede más: está abandonado a su suerte, sin leyes e instituciones que lo protejan, despojado del patrimonio nacional, despreciado por los representantes que se dijeron populares sólo para acceder al poder, burlado porque ni siquiera el parafernálico y rimbombante Sistema Nacional Anticorrupción posee titular, mientras la pobreza se agudiza y comunidades enteras son desplazadas o exterminadas, porque violencia, impunidad y corrupción, tríada infernal, son cada vez más poderosas e invencibles conforme nuestro país se resquebraja sin que nada ni nadie lo pueda evitar.